Ni una vasija, ni una columna: nunca nadie ha encontrado evidencia física de los Jardines Colgantes de Babilonia. Ésta es la razón.
A los Jardines Colgantes de Babilonia se les dedicó ríos de tinta en la Antigüedad. Algunos de los historiadores más reconocidos del siglo VII a.C. le dedicaron años de trabajo documental. El espacio lo ameritaba: frutos desconocidos, arroyos artificiales, sistemas de riego únicos en su tipo, flores de aromas traídos del otro lado del mar.
Según la leyenda, el emperador Nabucodonosor II construyó este espacio para el deleite de los sentidos de su esposa, Amytis. Venida de una tierra lejana, extrañaba las montañas y la vegetación de su ciudad natal: en medio del desierto, se sentía completamente fuera de casa. En un acto de amor, dicen los escritos antiguos, su nuevo marido volcó todos los esfuerzos de su imperio en emular aquel paraje en medio de las dunas del actual Irak.
A la fecha, milenios más tarde, nadie sabe qué pasó con ellos, dónde están o por qué desaparecieron. Esto es lo que sabemos.
¿Dónde se encuentran los Jardines Colgantes de Babilonia?

Babilonia fue una de las ciudades política y económicamente más activas de Mesopotamia. Como tal, los Jardines Colgantes de Nabucodonosor II se construyeron en torno a su palacio. De esta manera, su esposa podría sentirse más en casa. En forma de terrazas y azoteas verdes, rebosaban en especies vegetales que nunca antes se habían visto en el actual desierto iraquí.
No sólo los historiadores antiguos le dedicaron atención a la construcción de Nabucodonosor. Por el contrario, en el siglo XIX, el arqueólogo británico Leonard Woolley sugirió «que los jardines se construyeron dentro de los muros del palacio real de Babilonia«, según documenta Britannica. Hasta ahora, es la teoría más aceptada sobre su ubicación original.
Otras propuestas teóricas suponen que los jardines realmente no ‘colgaban’, sino que estaban suspendidos en el aire. De esta manera, las terrazas del zigurat principal estaban delineadas por flores y plantas siempre. Por medio de un sistema de bombeo, se mantenían en aquel verdor perenne gracias al agua del Río Éufrates, uno de los que permitió el florecimiento de toda Mesopotamia.