Alberto Fernández, ante los desafíos de la decisiva ruta 2-2-2

Dia uno
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La inclusión de un párrafo en el documento final del G-20 que avala una de las demandas argentinas al FMI devolvió la energía eléctrica al freezer que conserva con dificultad lo que quedó del Frente de Todos, tras el colapso en las PASO. Aunque sea un alivio pasajero.

En el Gobierno saben que el respiro que le da ese pronunciamiento formal es apenas una prórroga analgésica para el proceso de descomposición que afronta y que no ha logrado revertir con el cambio de Gabinete, las medidas desesperadas ni el “plan platita”. El problema es estructural y su vitalidad será puesta a prueba en el decisivo trayecto de la ruta 2-2-2 que transita: dos semanas (para las elecciones), dos meses (para fin de año), dos años (para concluir el mandato)

Por eso, en los últimos días se procuró instalar desde la Casa Rosada la idea de que después de las elecciones, y sea cual fuere el resultado, se buscarán acuerdos políticos y económicos para afrontar los desafíos extremos que le esperan al Gobierno y que ya no podrá seguir esquivando. Señales inequívocas de debilidad y vacío.

Las razones de la promoción de ese espíritu acuerdista se hallan en las últimas encuestas electorales. Los sondeos auguran casi de manera unánime que no habrá cambios sustanciales respecto de los resultados de las PASO, sino apenas leves correcciones. Paradójicamente, también explican la estruendosa pirotecnia verbal desplegada con furia por los principales referentes de la coalición gobernante contra la oposición, aún a riesgo de quemarse.

Alberto Fernández expresa así, entre tropiezos, la necesidad de ir pavimentando ese camino pactista que hasta ahora ha sido apenas un difuso sendero trazado con lápiz sobre un papel arrugado. Una bandera que hasta ahora venía blandiendo casi en solitario y en defensa propia Sergio Massa, el integrante del cuarteto dirigencial frentetodista con bajo capital político propio y elevadas ambiciones. Admisiones de debilidad.

No será fácil concretar algún tipo de concordancia. Ya la oposición cambiemita le puso reparos en boca de Horacio Rodríguez Larreta, el dirigente con mejor imagen del país, candidato (demasiado) anticipado a Presidente y, además, el mejor amigo opositor de Massa. También en defensa propia, el alcalde porteño, siempre sospechado por su antigua relación con el tigrense, puso el dedo en la herida al plantear que primero debe haber acuerdo en el seno del oficialismo. Tal vez la tarea más difícil. Es lo mismo que espera el FMI. También, lo que demandan las fuerzas políticas y corporativas que deberían ser parte de algunos de esos pactos que se propagandean.

Un economista que es fuente de consulta de un amplio espectro de la dirigencia política, del empresariado y también de los funcionarios del Fondo explica que hay tres condiciones básicas que deben darse para poder llegar a un acuerdo: convicción de quien lo propone, capital político para negociar y confianza en los actores que impulsan el pacto. En las congeladas góndolas oficiales estarían escaseando los tres insumos.

Sin legitimidad y con los liderazgos internos cuestionados o vetados, en el oficialismo no hay nadie con poder, legitimidad ni credibilidad necesarios para fijar un rumbo sobre el que negociar un acuerdo. Tampoco se sabe cuánta convicción existe. Lo que le conviene a un gobierno débil no es un incentivo suficiente para que opositores y factores de poder se sienten a acordar soluciones y ceder posiciones, como exige toda negociación. La cooperación requiere de esfuerzos multilaterales.

“El gordo” y “La vieja”

La descomposición de la alianza original que devolvió al peronismo al poder es palpable puertas adentro. El deterioro no tiene nombre y apellido sino apodos que exponen su profundidad. El Presidente ya no es Alberto ni la vicepresidenta es Cristina, incluso para los propios de cada bando. Fernández pasó a ser “El gordo” en boca de casi todo el sistema frentetodista y la viuda de Kirchner ha empezado a ser “La vieja”, como la llaman los exjóvenes camporistas en discusiones internas. A Máximo Kirchner tampoco le va mejor: dicen que su mamá suele afirmar que “está verde” para afrontar grandes responsabilidades, a pesar del predicamento y la fama de político de raza que se le ha hecho en estos dos años. Massa sigue siendo Massita, una excepción. Casi nadie es lo que era.

La campaña no ha mejorado la situación. La capacidad de construir una agenda negativa cada semana es un atributo notable del Frente de Todos. Un ejemplo destacado es el acto de homenaje a Néstor Kirchner, la semana pasada en Morón, en el que Fernández pareció seguir el guión de los más radicalizados que días antes había recitado en Lanús Máximo Kirchner y que el mismo día escribió en las redes sociales Cristina Kirchner, en contra del FMI, la oposición y los medios.

El tenor de esas expresiones no solo inquietó a los funcionarios del FMI que todavía están dispuestos a ayudar al Gobierno para que se llegue a un acuerdo por la deuda. Se sobresaltaron hasta referentes territoriales oficialistas que hacen esfuerzos ingentes para mejorar las chances electorales en sus distritos.

Un importante dirigente frentetodista afirma haber escuchado los lamentos del cristinista intendente de Morón, Lucas Ghi, por lo ocurrido en ese acto. “Yo venía recomponiendo, con mucho esfuerzo, la relación con los sectores medios del partido y estos me rompieron todo otra vez”, dicen que dijo el heredero de Martín Sabatella.

La radicalización no es solo discursiva o preparatoria de un escenario en el que se muestre endurecimiento dirigido a las bases para después negociar con el FMI, con la oposición, con el empresariado y con la CGT. Aunque no se descarta que esa sea la táctica, en el peronismo no kirchnerista observan con preocupación tal deriva y trabajan subterráneamente para construir otro horizonte después del diluvio (o la sequía).

Sindicalistas, intendentes y gobernadores empiezan a mirar el proceso de renovación del peronismo de los años ochenta pensando en 2023, o más allá. Temen por la supervivencia del movimiento. En ese espejo, las caras de Antonio Cafiero y Carlos Menem mutan por las de Juan Manzur y Sergio Uñac. Fuera de los focos bajo los que se puso el tucumano, el sanjuanino teje relaciones y fatiga teléfonos en reserva. En esas conversaciones, Fernández y los Kirchner ocupan los estantes del pasado, después del inquietante futuro inmediato que avizoran. Películas que se aceleran.

Muchos peronistas territoriales ven en La Cámpora un proceso de repliegue sobre sí misma, de blindaje y de distancia con el gobierno de Fernández. El objetivo sería aguantar los efectos de una nueva derrota electoral y afrontar un proceso de mayores dificultades desde la preservación de su identidad.

El escaso o nulo apoyo que algunos candidatos no camporistas del Frente de Todos tienen en territorios bonaerenses donde manda la agrupación maximista parece confirmar esa hipótesis, que hace dudar del compromiso para revertir el resultado de las PASO. ¿Realismo o defección estratégica? Dirigentes del interior bonaerense cuentan que, en sus seccionales, La Cámpora bajó carteles del candidato Eduardo “Bali” Bucca, un surfer de las internas peronistas. Desacuerdos para todas y todos.

A eso se agrega el cambio de la narrativa proselitista, cuyos spots de propaganda realzan carencias de la gestión y parecen los de un partido opositor que se propone cambiar el rumbo, antes que los de un oficialismo que defiende y promociona sus dos años en el Gobierno. Lo que prometen y demandan los actores contratados son aspiraciones mínimas comunes y necesidades básicas que no mejoraron, sino que empeoraron durante la actual administración. Un experto en imagen consultado por el equipo de campaña cuenta que quedó al borde del desmayo cuando le mostraron un clip en el que un abuelo iba con su nieto a votar “para que mejoren las jubilaciones”. Los opositores celebran la generosa ayuda.

Para las dos semanas que restan hasta las elecciones habrá que esperar más de estos avances y retrocesos en el proceso de declamación acuerdista. Propio de las vísperas electorales. La percepción de lo que puede ocurrir después de la elección y hasta fin de año será vital.

La mayoría de los analistas económicos y de política internacional auguran un horizonte más que preocupante para el país. El demorado acuerdo con el FMI es a esta altura una condición necesaria para afrontar el futuro, pero evidentemente insuficiente para asegurar un camino, ya no hacia la recuperación, sino que nos aleje del precipicio.

La fragilidad política del Gobierno, las condiciones anímicas y materiales de la sociedad y el viento de frente que se está levantando en el mundo dificultan cualquier pronóstico optimista no solo para las próximas dos semanas y ni siquiera para los dos próximos años, sino para los dos meses que restan hasta fin de año.

Pocos botines disponibles

Al oficialismo le queda siempre la recurrencia al pensamiento mágico y también la creatividad (sin escrúpulos) del kirchnerismo para hacerse de recursos a cualquier precio y eludir el costo político de un sinceramiento de la economía. En 2007 intervino el Indec. En 2008, tras el fracasado intento de apropiarse de la renta del sector agropecuario para paliar la crítica situación fiscal, estatizó la AFJP. En 2012 fue por la nacionalización de YPF. No quedan ya muchos botines disponibles, según la mayoría de los economistas. Salvo los depósitos en dólares de los ahorristas que están en el sistema financiero local. El recuerdo de 2001 parece hacer inviable ese camino. Por lo que, de no mediar alguna ayuda inesperada, solo quedaría afrontar un proceso de ordenamiento y normalización de la economía. Pero no es gratis.

El repudio que habitantes de Rosario, hartos de la inseguridad, le expresaron la semana pasada al gobernador Omar Perotti y al intendente Pablo Javkin, encendió varias alarmas. No solo las carencias materiales básicas pueden desatar situaciones difíciles de encauzar. Los memoriosos recuerdan que en esa ciudad empezaron los saqueos en 2001. Otro era el contexto y las circunstancias, pero el retroceso del Estado en cuestiones básicas como la seguridad y el avance de las bandas criminales abren nuevos interrogantes. Los rosarinos lo saben.

La ruta del 2-2-2 está plagada de desafíos. Las dos semanas que faltan para las elecciones, los dos meses que restan para fin de año y los dos años que le quedan a Fernández de mandato auguran tiempos interesantes. No faltarán las sorpresas.

Fuente: La Nacion

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