La anfitriona Antonia Medina, intendente de Colonia Polana (localidad de Misiones, ubicada dentro del departamento San Ignacio) recibió a los vecinos del lugar, a instituciones, a la ministra de Agricultura Familiar, Marta Ferreira; a los diputados provinciales: Orlando Revinski, Julio “Chun” Barreto y Liliana Rodríguez (impulsora del proyecto de instituir esta fiesta en esta ciudad); para festejar y fomentar el consumo de nuestras frutas nativas, dándoles el valor que éstas merecen.
GUAVIRÁ
Su nombre tiene origen guaraní y significa cascara amarga.
Su fruto es una bolita (baya), al principio verdosa, tornándose de color amarillo anaranjado en la madurez. Son pulposas y algo dulces, muy consumidas en la región de Brasil, Paraguay y Argentina, tanto por personas como por las aves.
Al momento de madurar, las frutas pueden caer en gran cantidad alrededor de la planta, favoreciéndose así la germinación de otras plantas de la especie.
También conocida como guavirá pyta, es un árbol siempre verde o semicaduco, dependiendo de las condiciones climáticas, con la copa densa, más o menos piramidal y el tronco recto, que puede alcanzar 15-25 metros de altura en su lugar de origen, sus hojas generalmente opuestas, simples, flores solitarias, blancas, sobre pedúnculos opuestos.
Cabe mencionar que en el año 2019 fue incorporada al código alimentario nacional.
«El fruto del olvido»: LA LEYENDA DEL GUAVIRÁ
Hay variados tipos de Guavirá, el común, el pytä, que son árboles, y el Guaviramí, que es un arbusto, cuyo fruto es el más dulce, sin acidez.
El de la leyenda es el guavirá pytä, cuyas propiedades se suponen son mágicas.
Dicen que su consumo tiene la propiedad de hacer olvidar el pasado.
Lo usaban los Paje para lograr que alguien olvidara algún amor no correspondido o alguna pena que lo aquejara.
Para conseguir la amnesia, se hierven las cáscaras del guavirá y la infusión debe ser tomada por quien desea olvidar algo o a alguien.
La leyenda cuenta que un apuesto español había sido tomado prisionero por un grupo de guaraníes. Llevado al Táva, lo recluyeron en uno de los ranchos, atado a un poste. Estaba herido y a su cuidado vino una «kuñataí» (muchacha) que muy pronto se enamoró de este joven de bigotes, de tez blanca y extrañas vestiduras.
En las sucesivas visitas, para curarlo y alimentarlo, vestía sus mejores prendas y ceñía sus brazos con ajorcas coloridas para demostrarle su simpatía y atraer su atención. Como el español no daba señales de entender sus mensajes, al aliviar sus heridas con jugos de hierbas y apósitos de Ka’a, lo acarició en varias oportunidades, pero tampoco encontró eco a sus insinuaciones. No entendía la pasión que bullía en el corazón de la joven indígena.
Un día, despechada por la indiferencia, pero con el fuego bajo su piel, le dijo directamente: «Rohayhú» acariciándole la cara. El joven prisionero entendió muy bien la situación, y en su deplorable guaraní, consiguió hacerle entender que él estaba comprometido en su lejana tierra y tenía que volver junto a su amada. Desconsolada, la joven fue a consultar con el Paje de la tribu. Este le aconsejó lo que debía hacer. Al día siguiente, entraba a la choza el prisionero con la más amable sonrisa en los labios, le ofreció al español un cuenco de Hy’a (calabaza) con una infusión de cáscaras de guavirá.
Él lo tomó contento creyendo que la muchacha había comprendido su situación y sus compromisos, que ya sólo la amistad y la buena atención tendría de parte de la kuñatai. Pero, muy pronto «el fruto del olvido» hizo sus efectos, y día a día, el afecto amistoso del español fue trocándose en atracción amorosa. Había olvidado su tierra, su familia y su novia. En poco tiempo era un enamorado de la joven de ajorcas que lo atendía cariñosamente.
El fruto del guavirá pytá produjo la magia del olvido y del enamoramiento. El español quedó a vivir entre los guaraníes y se produjo la fusión de sangre y de cultura.