El salpicón de la tormenta arrasó con el lugar, puesto que la colonia no era más que simple ramas y hojas caídas desde los arboles.
La oscuridad penetró el silencio y apaciguó al olvido, que sin serenidad, espantó sus llantos de amargura, logrando resañar los espantos espinosos.
El hogar de polvo, se convirtió en nada. Pero con reliquias perforadas hizo que la lucha ante el oblicuo destrenzado, se llene de amortiguados golpes claristescos.
Allá iba el señor del sol, para levantar a la multitud después de la trajedía.
Fernando Ezequiel Sanchez

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