Con obras de César Aira, Gabriela Cabezón Cámara, Fernando Noy, Silvina Ocampo, Naty Menstrual y Daniel Santoro, el Museo del libro y de la lengua exhibe la exposición «Infieles», integrada por dibujos, pinturas, videoarte y collages de más de una treintena de artistas que no firman con el peso de una unión exclusiva con un lenguaje artístico, a pesar de que en sus búsquedas predomine uno sobre otro.
Pintores que escriben, escritores que pintan, músicos que también pintan, intelectuales que dibujan. ¿Acaso alguien puede casarse con una disciplina y serle fiel toda la vida, como se titula juguetonamente la exposición? «En vez de dedicarte a tu oficio, le fuiste infiel», dice en diálogo con Télam Esteban Bitesnik, uno de los curadores de la exposición. Y da como ejemplo al mayor de los infieles y al más fiel a la muestra: Dani Umpi, músico, artista visual, escritor.
La muestra, que venía en agenda hace tiempo pero la pandemia puso en remojo, surgió de la «notoriedad desde el lado de la producción de que existe un gran universo de autores y artistas que realizan obras en distintas disciplinas en distintos ámbitos», cuenta el curador. Ahora le llegó el turno con un título pensado por María Moreno y desembarca en el museo anexado a la Biblioteca Nacional, que desde el 22 de junio pasará a llamarse Horacio González, en homenaje al sociólogo a un año de su fallecimiento.
«Infieles. De escritores que pintan o pintores que escriben» reúne obras de 35 autores y autoras que «practican la literatura, el ensayo, la música, la poesía, la pintura y escritura». Hay conexiones entre todas las disciplinas y la mirada es transversal, aunque la exposición pone un poco más el foco en escritores que pintan y pintores que escriben. Sin embargo, la música también tiene su capítulo y ahí están Charly García, Paula Maffia, Nacho Marciano, Francisco Garamona y Ulises Conti.
El arco temporal y estético que recorre la exposición es actual y también viaja años atrás con obras de: Silvina Ocampo, Manuel Mujica Lainez, León Ferrari, Ricardo Carreira, Osvaldo Lamborghini, Jorge Gumier Maier, Felipe Noé, Fernanda Laguna, Alejandro Urdapilleta, Miguel Ángel Lens, María Luque, Nicolás Moguilevsky, Leticia Obeid, Fabio Kacero, Micaela Piñero y Ral Veroni. De cada autor hay un libro y cada obra va acompañada por un texto para dar cuenta de la «doble camiseta», como les gusta decir desde el museo.
«Infieles» presenta dos instalaciones -una de Renata Schussheim, otra de Marciano-; piezas de videoarte, pinturas, collages y dibujos. Algunas de las obras fueron pensadas especialmente para la muestra, como el caso de Eduardo Stupía y Guillermo Iuso. Pero también hay inéditos como la serie que exhibe Cabezón Cámara, y otros despliegues inesperados como los dibujos sobre papel con birome que hacía Horacio González, quién sabe quizá garabateando mientras hablaba por teléfono, como lo imagina Bitesnik.
¿Se puede ser infiel a un lenguaje? Para Fernando Noyhay creadores «en los cuales ser infieles a la limitación es parte de su propio arte. Finalmente no existe una estricta exigencia sino esta nueva innegable posibilidad», dice el poeta, que dibuja desde niño y ese registro de la infancia le da «una certeza concreta de complementar lo que surge» sin necesidad de sentirse traicionado por mí mismo, «al contrario».
«A veces -cuenta sobre sus procedimientos artísticos-, primero dibujo y enseguida trato de traducir el signo, la forma, el mensaje de un garabato aparecido antes que las palabras, pero siempre sigue vigente un mismo mensaje de libertad creativa sin límites estrictos entre las musas y ser infiel, sorpresivamente resulta una palabra digna de alabanza donde perpetuar roles que pueden complementarse en una operación conjunta que, con el paso del tiempo, vemos cada vez más reivindicada».
«Quizás en mis primeras incursiones a veces me resultaba una especie de eclipse si surgía en medio de un texto, pero con el tiempo logré unir ambas expresividades, traicionando la idea binaria original, entrelazando formas, frases y figuras con un ritmo o pseudo estilo que, en el fondo, siempre habrá de permanecer para seguir manifestándose en ese bienvenido entrevero creativo donde la infidelidad también resulta una nueva iluminación tan poderosa como el vértigo anterior que la inspirara», reflexiona.
¿Encrucijada? ¿Fusión? ¿Cruces? Está el caso de Silvina Ocampo (1903-1993) que se formó en artes plásticas y después se inclinó hacia las letras. En la actualidad, hay autores que tienen una relación híbrida, en tránsito constante entre los lenguajes. Roberto Jacoby es uno de esos artistas que todo el tiempo está generando producciones al cruce entre las letras, la política, las ideas y las artes. Acá presenta trabajos de la serie «1968, el culo te abrocho».
Pero «Infieles» también potencia escritores que tienen un cruce con las artes plásticas como el caso de César Aira, Washington Cucurto o Sergio Bizzio. Los dos primeros han exhibido en muestras individuales; mientras que Bizzio, por su parte, produce obra con el grupo Mondongo.
Consultado por Télam, Cucurto, que participa en «Infieles» con un políptico de collage, sostiene que «hay muchas afinidades entre la literatura y la pintura» y por eso «no me siento infiel, al contrario, me siento muy fiel a estas disciplinas».
«No lo tomo como lenguajes distintos sino que para mí es todo un mismo procedimiento, un momento de creación, de búsqueda y de descubrimiento, entonces siempre el procedimiento es el mismo cuando escribo una novela, un poema o hago un collage», dice el editor, poeta y artista plástico.
Bizzio es escritor, poeta, dramaturgo y guionista. Desde hace algunos años dibuja con Mondongo, con quienes inauguró en 2019 una muestra con 200 dibujos hechos a seis manos y desde entonces hasta hoy hicieron 100 más con recortes de papeles de colores, y otras 200 a pincel con lavandina sobre papel negro, que piensan mostrar a fines de este año, cuenta a Télam.
Por correo electrónico, responde: «¿Infiel con la literatura por pintar o dibujar? Si las computadoras tuvieran una tecla con una carita que pone los ojos en blanco, la usaría ahora. Es todo parte de un mismo universo, o de un barrio en el que las prácticas llamadas artísticas se saludan al cruzarse».
En esta línea, donde no hay fragmentación y todo es creación o expresión artística, también se ubica Naty Menstrual, escritora, poeta, diseñadora, actriz, performer, una artista a la que no le gusta definirse y prefiere que sean otros, a través de lo que hace, quienes se ocupen de buscar modos de nombrar. «No creo que exista ninguna encrucijada. En mi caso convive la pulsión de expresarme de una forma o de otra. Y creo que es eso se refleja en lo que hago», dice.
Bien diferente parece ser la experiencia de la autora de «Las aventuras de la China Iron», la escritora Gabriela Cabezón Cámara, que revela al público sus «dibujitos» por primera vez, la historia de una especie de cuervito mexicano, «un sanote». «Me encanta hacer dibujitos, es algo de mi intimidad por eso nunca los exhibí pero esta vez me lo pidió María Moreno y yo a María Moreno le digo todo que sí».
A Cabezón Cámara lo que le gusta de las artes plásticas es que que puede desplegar «otra parte del cerebro». Dice: «Me conecta con otras cosas, por ejemplo puedo hacer dibujitos mientras escucho un podcast o charlo con amigas. Tiene una conexión con la mano, con la materia, que me hace bien. Y siempre admiré y amé esto de las artes visuales».
Con el óleo «Teoría y praxis en el bar», el artista Daniel Santoro pone en tonalidades oscuras y de mucha luz ese juego infiel con la escritura, las ideas, la literatura. Aunque se ha salido de su condición de artista plástica, cuando lo hace, confiesa: «Me siento extraño, como un territorio que no es el mío. Soy como un flaneur, doy vueltas por ahí, picoteo un poco. Soy un saqueador de discursos que después me sirven para armar imaginarios que en definitiva siempre terminan en imágenes».
En este sentido, la pintura que presenta tiene un magnetismo épico al cruce de voces, literaturas y polémicas: podría ser el bar La Paz o cualquier otro y allí están María Moreno, Horacio González, David Viñas, Ricardo Piglia, Juan Sasturain y muchos más compartiendo una escena de conversación, también de piñas, como dice el propio artista.
Lo que quiso Santoro fue «juntar dos mundos»: «Uno que es como adquirí mi patrimonio simbólico y discursivo en las conversaciones dentro de un bar y me proyectaron sobre lecturas que desconocía. Como dice el tango, yo aprendí filosofía en esas mesas. Y por otro lado, la realidad política, donde aparece un centauro descamisado, que es un poco la encarnación del peronismo. Ahí está la violencia presente. Porque en el bar de eso se habla una vez que sucedieron las cosas, por eso la teoría en el bar», explica.