La historia reconocerá eternamente a Paul McCartney como un beatle. Es lógico y normal que así sea. Junto con John Lennon, George Harrison y Ringo Starr modificó el curso de la música a través de discos y canciones memorables.
Ese fenómeno se llevó todo por delante. Una onda expansiva que los persiguió en sus intentos solistas. Luego de la separación, cada uno inició su camino, bien distintos entre sí, algo que ya habían adelantado en «The Beatles», más conocido como el «Álbum Blanco», un trabajo que aglutinó más esfuerzos individuales que grupales.
A Paul McCartney le costó volver a empezar. Creyó que después de Los Beatles ya no había nada, pero más pronto que tarde, auxiliado por Linda McCartney, dejó de lado el alcohol y la depresión para alejarse de la tormenta.
Un recorrido por su carrera post Beatles implica un viaje extenso, entretenido y fabuloso. Son más de 50 años en donde lo ecléctico y prolífico se erigen como características sobresalientes. Por eso, encasillar a Paul resultaría un tanto injusto.
A lo largo de sus días en solitario, McCartney pasó de un género a otro, sin escalas. Desde el rock hasta el pop, pasando por el glam rock, synth pop y la new wave. También incursionó con la música electrónica, concreta, ambient, house y el mashup. Ahondó su gusto por la música clásica. Y cuando sintió ganas, regresó a su adorado rock and roll.
McCartney supo reinventarse a medida que pasaron los años. Le tocó lidiar con el mito de Lennon y necesitó mucho tiempo para equiparar a su excompañero y amigo. Hoy disfruta de la condición de leyenda, pero no se duerme en los laureles.
Su voz pasó por todos los matices, sus líneas de bajo resultaron inventivas, adoptó el rol de baterista eficaz cada vez que lo necesitó y dio vida a algunos memorables solos de guitarra como «Maybe I’m Amazed».
Adoptó alter egos, al estilo «Sgt. Pepper», para liberarse artísticamente. Twin Freaks, Thrillington y The Fireman fueron algunos de esos escudos para cuidar el producto McCartney y experimentar sin rendir cuentas a nadie.
Muchos de sus trabajos recibieron un reconocimiento tardío. Su debut con «McCartney» soportó malas reseñas y el paso del tiempo lo convirtió en uno de los precursores lo-fi. Lo mismo sucedió con «Ram», pionero indie pop, o con «McCartney II», un álbum ochentoso que mezcló el synth pop y lo electrónico para placer de los DJs británicos de principios de los 2000.
McCartney supo reinventarse a medida que pasaron los años. Le tocó lidiar con el mito de Lennon y necesitó mucho tiempo para equiparar a su excompañero y amigo. Hoy disfruta de la condición de leyenda, pero no se duerme en los laureles.
En cada década, McCartney ofreció un plus. En los ’70 convirtió a Wings una de las súper bandas del rock, con el clímax de la gira «Wings Over the World» que mereció la portada de la mítica Time bajo el título: «McCartney vuelve».
Más allá de un comienzo auspicioso en la década del ’80, le costó encontrar su lugar, pero la cerró con altura gracias a la sociedad con Elvis Costello.
En los ’90 exhibió su costado más inquieto. Publicó sus tradicionales discos de rock, pero también fue un pionero del «MTV Unplugged», se animó con el «Liverpool Oratorio», su primera obra clásica, con Youth fundó el dúo electrónico The Fireman y cerró el milenio a puro rock and roll con «Run Devil Run», una suerte de terapia para digerir el fallecimiento de Linda, un año antes.
A partir de los 2000 concibió discos de notable factura siendo «Chaos and Creation in the Backyard», con producción de Nigel Godrich, su pico creativo.
Y si bien «Band on the Run» resulta su mejor álbum, por calidad y términos comerciales, su enorme talento permitió que otros se animaran a pelear esa condición.
Su lado solista también se destaca por las colaboraciones. McCartney supo leer de manera inteligente el contexto musical. Sus alianzas con nuevos productores como Mark Ronson, Paul Epworth y Greg Kurstin o grandes artistas como Stevie Wonder, Michael Jackson, Kanye West y Rihanna no sólo actualizaron su modo de hacer música, de paso le abrieron las puertas a nuevas generaciones.
Otra cualidad del McCartney solista es la vigencia. Sus últimos dos trabajos, «Egypt Station» y «McCartney III» llegaron al número uno del ranking estadounidense y británico, respectivamente.
McCartney forjó una carrera interesante después de Los Beatles, que vale la pena ser examinada. Una obra que sumó más adeptos en el último tiempo. Acaso el proyecto Gorillaz de Damon Albarn le deba algo al Paul electrónico de 1980, mientras Harry Styles continúa fascinado por sus discos en la etapa con Wings.
En ese sentido, Paul dejó otro legado con canciones que sobrevivieron a las perfectas.
Fuente telam