Los supercarteles ponen a los gobiernos contra las cuerdas, mientras operan con impunidad y sin fronteras; el caso de Ecuador, donde el presidente Lasso decretó el estado de excepción por narcotráfico, lo demuestra
Cuando Antony Blinken aterrizó en Quito el 20 de octubre, se transformó en el primer secretario de Estado de Estados Unidos que visita Ecuador en diez años. Lo hizo a la cabeza de una misión de Washington que lo llevó después a la vecina Colombia. En la agenda con el presidente Guillermo Lasso sobresalió un tema: el narcotráfico. Un día antes, el mandatario ecuatoriano había decretado el estado de excepción por dos meses para combatir la violencia criminal desatada en su país, una decisión que Blinken respaldó públicamente.
Estados Unidos, que decidió reducir su influencia en Latinoamérica durante la administración Trump, tiene una prioridad en la región: recuperar el tiempo perdido. Mientras tanto, dos problemas emergen con urgencia: la democracia cede casillas en muchos países (Nicaragua, Venezuela, El Salvador, Guatemala, Honduras) y el narcotráfico extiende sus tentáculos por toda la zona, con un factor novedoso para quienes han seguido su evolución durante las últimas décadas.
En efecto, el tráfico de drogas en y desde Latinoamérica, una “industria” que no frenó en la pandemia de la covid-19, ha mutado hacia una red de carteles y organizaciones criminales transnacionales. Más que competir entre sí, como antaño, los narcos ahora colaboran tejiendo redes globales que han incrementado su poder económico y de chantaje a los gobiernos, muchas veces impotentes.
Ahí está aún fresco en la memoria el “Culiacanazo”, que cumplió dos años el 17 de octubre. Ese día, el cartel de Sinaloa ocupó la ciudad mexicana de Culiacán para exigir la liberación de Ovidio Guzmán, el hijo del “Chapo”, al que las autoridades federales acababan de detener. Tras un largo día de calles dominadas por el terror, el presidente Andrés Manuel López Obrador decidió dejarlo libre, y al hacerlo, dejó más claro que nunca el poder del narco para poner en jaque al Estado. “Ese día la delincuencia rebasó a la autoridad en número, en estrategia, en armamento, en coordinación, en comunicación, en todo sentido”, recuerda hoy el documental El día que perdimos la ciudad, donde los ciudadanos de Culiacán rememoran aquel jueves negro.
Desde el ocaso de los grandes carteles colombianos, en la década de los 90, sus contrapartes mexicanos ocuparon su lugar. Pero le dieron otra dimensión tanto al negocio como a la violencia, que llegó a extremos nunca vistos. Desde su país, poderosos carteles como el de Sinaloa empezaron a insertarse en las cadenas del crimen organizado, convertido en una industria global. “Cada vez es más visible cómo operan directamente en Sudamérica. Carteles incluso pequeños están operando en Estados Unidos, otros directamente en Europa y en Asia”, describe Silver Meza, periodista sinaloense que lleva años reportando sobre el narcotráfico. Para él, la gravedad del problema está en que “buena parte de las mafias del mundo, de la delincuencia organizada, tienen su piso en Latinoamérica. Así se van globalizando los carteles, rompiendo fronteras”.
Este cambio cualitativo se ha constituido en una amenaza mucho más sofisticada para los gobiernos de la región. Ya no se trata de simples hampones que producen y trafican drogas, sino de organizaciones trasnacionales que operan en una especie de submundo y mueven capitales extraordinarios. Ese poder económico tiene la capacidad de atentar contra la democracia, si fuera necesario para sus intereses. Así se explica la presencia de Blinken en Ecuador, el país al que empiezan a mirar los ojos de Washington y de la DEA.
El territorio ecuatoriano, donde Pablo Escobar comenzó su carrera en el narcotráfico, también supo acunar a las FARC en lo más duro de su guerra con el Estado colombiano en los primeros años de este siglo. Precisamente en la desmovilización de esa guerrilla, a partir del Acuerdo de Paz, muchos ven la razón del actual problema narco en Ecuador. La salida de las FARC del negocio de producción de cocaína derivó en “una descentralización hacia los mandos medios. Este suceso generó nuevas alianzas, disputas territoriales y la aparición de nuevos actores que utilizan al Ecuador como plataforma de negocio y envío de los cargamentos”, dice Renato Rivera Rhon, investigador de la Red Latinoamericana de Análisis de Seguridad y Delincuencia Organizada (
Para este experto, Ecuador está pasando de país de tránsito a país productor, lo que responde a varios fenómenos. En la frontera con Colombia vienen creciendo anualmente las plantaciones de coca y los hallazgos de laboratorios de procesamiento (sobre todo en las provincias de Sucumbíos y Esmeraldas). “El Ecuador no ha realizado el Informe de Monitoreo de Cultivos Ilícitos de Naciones Unidas desde 2015, pero investigaciones que hemos emprendido apuntarían que tiene un aproximado de 700 hectáreas de hoja de coca en la frontera”, detalla Rivera Rhon.
El analista también ve en el estallido de violencia criminal, sobre todo en la ciudad de Guayaquil, la consecuencia de las disputas territoriales entre varias organizaciones por las rutas y el servicio de seguridad de las caletas de cocaína hacia los principales puertos del país.
Según cifras de la Policía Antinarcóticos ecuatoriana publicadas recientemente por BBC Mundo, en 2019 decomisaron 79 toneladas de droga en Ecuador; en 2020, 128; y hasta el 6 de octubre del 2021, habían llegado a 136 toneladas. Las autoridades proyectan que al cierre de este año habrán incautado alrededor de 170. Claramente, se trata de un negocio criminal en expansión, lo que obligó al presidente Lasso a actuar con la venia de Estados Unidos.
Pero también está claro que Ecuador no es un caso aislado. Un reciente reporte del matutino O Estadao, de Sao Paulo, Brasil, asegura que Bolivia se convirtió en el “santuario de Narcosur”, el cartel de droga del Primer Comando Capital (PCC) brasileño. Se trata de “la organización criminal de más rápido crecimiento en el mundo de hoy”, según declaró el abogado Márcio Sergio Cristino a ese medio.
El reportaje explica que “Narcosur” es el nombre que le dieron expertos de la Policía Federal de Brasil al cartel que reúne al PCC y sus asociados en el narcotráfico internacional. Y señala que los jefes narco, instalados en Santa Cruz, vuelan con frecuencia para vacacionar en playas del noreste brasileño. También cierran millonarios contratos de droga con familias de la mafia calabresa Ndrangueta, que concentra al menos el 40% del tráfico de sustancias en Europa.
En este oscuro contexto, ¿están los Estados latinoamericanos preparados para enfrentar la nueva amenaza narco? Para el periodista Silver Meza, pese al antecedente de Culiacán, donde influyó mucho el factor sorpresa, los gobiernos aún tienen mayor capacidad de uso de la fuerza que el narcotráfico, aunque esto no basta para frenarlos: “El principal poder que tienen los grupos de crimen organizado es el de corromper las estructuras sociales y gubernamentales. Lo hacen a través del dinero, las armas, las amenazas. Si el Estado es muy fuerte, es muy difícil que puedan entrar de manera profunda, estructurada, hacer cosas como las que suceden en México. En Estados fuertes, como los europeos, Estados Unidos o Canadá, el narcotráfico no se anima a retar a la autoridad”.
La gran pregunta es qué tanto los Estados latinoamericanos están blindados contra los tentáculos y las armas del narcotráfico. Al respecto, Rivera Rohn insiste en que el caso de Ecuador requiere una atención especial porque “el narcotráfico tiene un papel mucho más protagónico que en años anteriores” y “evidencia el crecimiento exponencial de la economía del narcotráfico y la vulneración o carencia de las instituciones del Estado para responder al fenómeno”.
Con Estados débiles, fuerzas de seguridad impotentes y carteles criminales cada vez más poderosos, las sociedades latinoamericanas se enfrentan al problema narco sin soluciones a la vista, como girando en un eterno retorno desde hace décadas. Y ahora con un factor novedoso: una reingeniería del negocio que lo ha transformado en una industria criminal transnacional.
LN