Fue un llamado de Tony Castro, el hijo de Fidel, el que alertó al círculo íntimo de Maradona sobre un eslabón perdido en la herencia. Una casa, en un coqueto barrio de La Habana, la última que habitó en sus excursiones a Cuba. Con la impronta del Diez intacta, inmaculada, cuidada para que no perdiera un ápice de su sello. Lo contó Mauricio D’Alessandro, el abogado de Matías Morla, último apoderado del astro, en una entrevista con Canal 13. “El hijo de Fidel Castro llamó a Morla para recordarle que Fidel le había regalado la casa de La Pradera a Maradona. “Hay un viejito, Cañero, que cuida esa casa, y le dice que recuerde que en el altillo de esa casa hay decenas de objetos”, reveló.
En realidad, la declaración del letrado contiene un error. La propiedad no se encuentra en el Centro La Pradera, donde Pelusa fue tratado contra su adicción a las drogas. Se trata de la segunda casa en la que residió en sus visitas a La Habana. Según pudo averiguar Infobae, queda en el barrio Miramar, en las adyacencias de la Quinta Avenida, una de las zonas más pintorescas de la capital de la isla.
La particularidad es que la casa no puede ser vendida: el Estado cubano, a instancias de Castro, se la había cedido a Pelusa para su usufructo en vida. La tenía a disposición, tanto para él como para quien designara, para alojarse cada vez que decidiera pasar por La Habana. Maradona tomó posesión de la propiedad a fines de junio de 2000. Fue después de que el 24/6 pasara por Uruguay para ser parte de la despedida del Patito Aguilera en el estadio Centenario. Luego viajó en un avión privado a la Argentina para participar del último adiós al cantante Rodrigo, con el que había construido una relación de amistad, a tal punto que el cordobés había viajado a Cuba para cantarle “La mano de Dios”, la canción en su homenaje que se transformó en himno.
Maradona ya se sentía mejor, entonces. Y apeló a su astucia para conseguir alojamiento fuera de La Pradera, en un diálogo con Fidel Castro que fue planificado como un gol de tiro libre. Diego supo contarle la estrategia a Ernesto Cherquis Bialo, su biógrafo.
—¿Cómo te sentís, Diego? ¿Necesitás algo?
—¿Por qué? ¿Te falta algo?
Y sus palabras, claro, anidaron en un ángulo, como cuando soltaba el botín zurdo. Consiguió la casa, con un salón amplio y parque, a la que le hizo algunas modificaciones (sobre todo, la modernización de los electrodomésticos), pero nada demasiado sustancial, como tirar abajo una pared, por ejemplo. La única condición de la cesión de por vida radicó en que no tocara la fachada, algo que Pelusa, por supuesto, cumplió.
Sin embargo, no solo están sus sentencias y garabatos. “Hay fotos, cartas; cartas de líderes mundiales”, sorprendió el abogado. Los tesoros, indican los que accedieron al inventario, incluyen correspondencia de ida y vuelta con Fidel. Sí, aunque compartían el mismo territorio, abrevaban en la comunicación escrita como una forma cariñosa de intercambiar ideas, historias y anécdotas.