PERSONALIDADES JUDIAS DE TODOS LOS TIEMPOS

Dia uno
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ASTOR PIAZZOLA: DEL SHIL AL MUNDO: Por Federico Glustein: En su infancia, la familia Piazzola vivió en Nueva York, donde el pequeño Astor se nutrió de la vida judía de los barrios de liturgia religiosa, y la música de casamientos y festividades. Embebido en esos sonidos, dio sus primeros pasos con el bandoneón en un shil cercano a su hogar. Allí, al finalizar la ceremonia, tocaba con su bandoneón los freilaj tradicionales que había aprendido. El ritmo vivaz de esas “tijeras” fueron quedando indelebles en su memoria.

Freilaj y bandoneón

Sin embargo, la historia comienza unos cuantos años antes. Radicado en Nueva York -en el suburbio neoyorquino de Brooklyn, cerca de Little Italy y de Hoboken y de algunas comunidades judías- desde sus 3 años, con su familia, pasó sus primeros años alejado de los deportes por una malformación en sus piernas, pero abrazado a la música. De niño, trabajó algún tiempo en una sinagoga a cambios de unas monedas de los asistentes, así como en alguna que otra casa de miembros de la comunidad. Gustoso por los sonidos, el germen de músico dio sus primeros pasos con el bandoneón en ese templo de su barrio.

Su padre, Don Nonino, músico acordeonista, le compró un bandoneón usado en una tienda de empeño por apenas 18 dólares.

El vivir en un barrio de inmigrantes judíos, otros italianos y otros polacos y su facilidad para hablar tres idiomas -español, italiano e inglés- generó una singular interrelación cultural. El asentarse la familia en cercanías de la vida judía de los barrios neoyorkinos y la liturgia religiosa, sumado a la música de casamientos y festividades, permitieron al pequeño Astor aprender de esos sonidos y dar sus primeros pasos con el bandoneón en ese shil cercano. Allí, al finalizar la ceremonia, cuando el jazán le solicitaba, tocaba solito con su bandoneón los freilaj tradicionales que había aprendido. El ritmo vivaz de esas “tijeras” fueron quedando indelebles en su memoria. Según sus propias palabras, era el “goy fun shabes”.

Especialistas del mundo del tango de la actualidad -y no tanto-, así como de la música judía han encontrado y encuentran simetrías entre el tango moderno y el Freilaj. Esa rítmica movediza y contagiosa es difícil de olvidar. ¿Es posible olvidar el Tants Yiddelekh Tants? Una nota escrita por Mariano Wolman para la revista Convergencia describe que “muchos de los ornamentos escuchados en sus solos de bandoneón (su música más personal y expresiva), son muy cercanos a los ornamentos que se escuchan en el klezmer, sobre todo en los sonidos del clarinete y el violín (sonidos tan fáciles de relacionar con la risa y el llanto). Pero el ‘elemento judío’ más notorio en la música de Piazzolla es sin lugar a duda el ritmo, el compás compuesto”.

Más allá de la casualidad de la influencia de la vida judía en su obra y de músicos judíos interpretándola en todo el globo, no podemos quedarnos solo con eso. Piazzolla rompió un paradigma musical, hizo una mezcla muy inteligente entre el tango, el jazz y la música clásica contemporánea. Del Klezmer al Jazz, de Bach a Stravinsky, de Pichuco a Gardel. De su aparición espiritual en temas de Almendra, Invisible, Serú Girán y de varias bandas de rock argentino.
Como judíos podemos inflar el pecho por ese pedacito de cultura moishe en Astor Piazzolla. Pero apropiarse de algo tan grande sería para la soberbia, poco Tikun Olam. El soñaba con imponer la música de su país en todo el mundo. Tenía una ilusión: que su obra se escuche en el 2020 y en el 3000 también. Quería ser libre de hacer lo que quisiera con su arte, ser amado y lo logró.

Su libertad es tango, juglar de pueblo en pueblo, y es murga y sinfonía y es coro en blanco y negro. Su libertad es tango que baila en diez mil puertos. Y es rock, malambo y salmo y es ópera y flamenco. Su Libertango es libre, poeta y callejero, tan viejo como el mundo, tan simple como un credo.

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