Tanto el Coronavirus como las fake news se extienden como lava caliente por sobre todos los continentes provocando el mayor de los caos en siglos. Ninguno de nosotrxs vivió antes una experiencia tan globalizada como brutal.
A todo lo que ya sabemos (o creemos saber) en materia de cuidado de la salud, de la importancia de contar con infraestructura sanitaria, de higiene y de control social debemos agregar un nuevo factor: las peligrosas noticias falsas y sus inimaginables consecuencias.
Todo nace en internet sin jerarquía aseveraba Umberto Eco, quien calificaba a internet como un mundo “salvaje y peligroso” para las multitudes que no puedan separar la buena y la mala información a las que acceden.
Alguien podrá pensar que esto –fake news– no es nuevo, por supuesto que no. Es una herramienta pensada y utilizada con fines políticos, electorales y económicos en la gran mayoría de los casos. Generalmente apuntadas a afectar al círculo rojo, con daños colaterales a los que lo rodean. Pero ahora es diferente.
El círculo rojo somos todxs. Y ese universo también integran los únicos y verdaderos protagonistas de esta era histórica: medicxs y enfermerxs a los cuales afecta de forma potenciada.
Salimos a aplaudirlos y se los reivindica como héroes –y lo son– pero ¿los estamos cuidando entre todxs? ¿les damos el respaldo moral y la contención social que necesitan? ¿dimensionamos realmente su rol en este momento histórico?
Cuando se distribuyen audios, mensajes y conversaciones alarmantes y anónimas por redes como WhatsApp, Twitter o Facebook, ahí no los estamos cuidando; cuando portales creados por irresponsables publican como verdad “noticias” que parten de la mentira, tampoco se los está cuidando; cuando el periodismo en la carrera por la “primicia” no chequea información, tampoco los están cuidando; cuando repetimos y aseveramos “información” sin chequearla con fuentes oficiales, no los cuidamos; cuando es más fácil pensar “el gobierno miente” antes que confiar en la voz oficial y difundir mentiras, tampoco los cuidamos; cuando se utiliza esta pandemia con mezquinos fines políticos, tampoco se piensa en ellxs.
Las mentiras y difamaciones –porque eso son, no noticias– lo único que provocan es miedo, agresión y discriminación hacia los únicos verdaderamente irremplazables en toda esta historia. Pueden cambiar los gobernantes, policías, docentes, políticos, sacerdotes, pastores, choferes, industriales, comerciantes, periodistas, etc, que nuestra vida -literal- no depende de ellxs, estén o no seguiremos.
La única profesión irremplazable es la de los médicos y enfermeras. ¿Alguien se dejaría atender por una secretaria o financista? ¿Confiaríamos ser entubados por un arquitecto o periodista? ¿Nos daría tranquilidad el diagnóstico de una/un chef?
Sólo otro medico y enfermera lo puede reemplazar y ese es un detalle más que importante ¿no?
Acorralar a los profesionales de la salud con escraches en sus domicilios es tan grave y canallesco como difundir mentiras. No hay que olvidarse que ellxs, también y con todo derecho, tienen miedo además de cansancio extremo.
Así como la única vacuna contra el Coronavirus, hasta el momento, es el aislamiento social y quedarse en casa, contra este otro peligro que circula por internet la mejor defensa es no reproducir todo aquello que no sea chequeado –a esta altura somos expertos en navegar por el ciber espacio– y denunciar a los que lo hacen, porque lejos está de ser libertad de prensa o expresión.
No sea cosa que tengamos camas en los hospitales, respiradores y medicamentos, pero nos falten los únicos que nos pueden atender, cuidar y sanar.
Por Silvia Risko